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Innovar no es una opción

Publicado en «Grupo Joly»

Los ranking de las empresas más importantes del mundo estaban tradicionalmente encabezados por las empresas petroleras, los fabricantes de coches, los bancos, las grandes empresas de distribución y las químicas. Sin embargo, en el que ha presentado Bloomberg, según el valor en Bolsa el 31 de diciembre de 2014, destacan las empresas de la “nueva economía”, encabezadas por Apple que, de no estar entre las 50 primeras en 2008 saltó a la primera posición mundial en 2011, y en ella se mantiene gracias a los éxitos del Ipad y Iphone, y casi duplica a la segunda empresa mundial en capitalización bursátil. Asimismo destacan Microsoft y Google entre las cinco primeras, a las que se le suman Facebook, Oracle, IBM, Intel, Alibaba o Samsung, empresas con sólidos ingresos y beneficios, la mayoría de ellas con pocos años de vida y nacidas del ingenio, el conocimiento y la valentía de jóvenes emprendedores, aunque arropados por un entorno social e institucional favorable a la innovación.

Estas grandes empresas y otras muchas de menor dimensión repartidas por el mundo son los principales protagonistas de los cambios tecnológicos y productivos que se vienen produciendo en la última década, y que están provocando tres tipos de efectos que interactúan entre sí: 1) Nuevas ofertas de productos y servicios basados en la innovación, que se renuevan con una elevada intensidad y rapidez, 2) En la medida en que los consumidores y las empresas experimentan con las nuevas tecnologías incorporadas a la nueva oferta de bienes y servicios y tienen más información, se produce una demanda más  exigente y menos fiel, y 3) La oferta y la demanda se globalizan, y no sólo la de bienes, sino también, y más intensamente, la de servicios, globalización que se va extendiendo a todas las parcelas del comercio.

De lo anterior se deduce que la innovación se sitúa en el centro del tablero de juego económico, por lo que innovar deja de ser una opción de las empresas para mejorar su capacidad competitiva y se convierte en una condición sine qua non para la supervivencia. Dado que las empresas se ubican en un territorio y en la mayoría de los casos atienden a la demanda local o nacional, el contexto social e institucional no es indiferente para localización y desarrollo de las empresas, y por tanto, de las regiones y países. Por ello, sociedades e instituciones públicas más flexibles y adaptativas, más abiertas y estimulantes para la innovación, favorecen el surgimiento y desarrollo de empresas innovadoras, mientras que las sociedades más reacias al cambio y las instituciones públicas más perezosas en adaptarse a las nuevas realidades dificultan la innovación con restricciones regulatorias o burocráticas.

La innovación es un valor socialmente compartido. Por ello, todos los partidos políticos la incluyen en sus programas electorales, pero en la mayoría de los casos de forma más retórica que con la decisión de que permee al quehacer político anticipándose a las necesidades de cambios regulatorios y facilitando el surgimiento y consolidación de los innovadores.

En el tiempo reciente asistimos a la desigual respuesta institucional de una manifestación concreta del proceso de innovador social, como es el caso de la economía colaborativa (servicios prestados entre particulares). Empresas como Uber y Blablacar (transporte de personas), Airbnb (alquiler de habitaciones), Bluemove (alquiler de coches por horas), Ticketbis (reventa de entradas), Etece (“manitas” para arreglos) o Trip4real (guías turísticos y otros servicios personales) han irrumpido en el mercado facturando 2.500 millones de euros en 2013 y con un crecimiento del 25% anual. Sin embargo, muchas de estas empresas se mueven en una penumbra legal y con el rechazo de los colectivos afectados por la nueva competencia (taxistas, transportistas, hoteleros,..), que alegan que los nuevos competidores no soportan costes fiscales y de regularización, y demandan su prohibición. Así ha ocurrido con Uber, que ha cerrado en España por orden judicial, como también ha ocurrido en Francia y en otras ciudades europeas. Una respuesta distinta a la que ha tenido en otros países y ciudades, donde en lugar de prohibir las autoridades correspondientes se apresuran en regular e integrar las nuevas iniciativas.

El referido ranking de empresas según la capitalización en Bolsa también nos ofrece un panorama de la distribución territorial de las grandes empresas. Entre las 50 mayores 33 son estadounidenses y nueve son chinas, mientras que el papel de Europa se reduce (no hay ninguna de los cuatro grandes países de la zona euro entre las 50 primeras). Si el poder económico bascula hacia Asia y permanece en Estados Unidos es, entre otras razones, porque son sociedades más abiertas a la innovación (como lo fueron los países europeos en las épocas en las que emergieron). Nuestra decadencia relativa sólo se evitará si pasamos de la retórica de la innovación a sociedades realmente abiertas, flexibles e innovadoras.

 

Destacado: La innovación se ha convertido en una condición sine qua non para la supervivencia de las empresas