Skip to content Skip to footer

Los límites del turismo

Publicado en «Grupo Joly»

La información disponible hasta el mes de julio y las tendencias de reservas permiten pronosticar que este año se alcanzará un nuevo récord turístico en Andalucía y España con un aumento del 5% del número de visitantes. Estas noticias son celebradas por los responsables públicos y por la mayoría de la población porque el turismo es la primera industria nacional, genera múltiples efectos multiplicadores en la economía y, sobre todo, porque es un bálsamo para el grave problema del paro, ya que el sector turístico es intensivo en empleo.

Aún siendo España un destino turístico destacado, la intensificación del turismo no es privativa de nuestro país ni de Andalucía, ni tampoco el notable aumento de visitantes extranjeros es explicable solamente por el desvío de turistas desde otros destino mediterráneos por cuestiones de seguridad, sino que es consecuencia fundamentalmente del extraordinario aumento de la demanda que se está produciendo en el mundo, que ha superado los 1.000 millones de turistas en 2014, multiplicando por 10 a los de la década de los setenta, y siendo previsible que se duplique en un par de décadas. Una fuerte tendencia al aumento del turismo mundial que se explica por la elevada propensión marginal del gasto turístico (aumento del gasto más que proporcional al de la renta), por la reducción de los costes (turismo low cost), y por la incorporación de nuevas clases medias del mundo emergente a este consumo, pues sólo los chinos aumentaron un 28% las salidas al exterior en 2014, y se prevé que dentro de cinco años más de 200 millones de chinos harán turismo internacional.

Esta dinámica genera optimismo en muchos destinos turísticos, que esperan que sea la solución para poner en valor los recursos que disponen, pues una característica que acompaña a la comentada dinámica turística es su extensión en el tiempo (reducción de la estacionalidad) y en el espacio (incorporación de nuevos destinos turísticos).

Pero como no hay felicidad completa, cada vez aparecen más efectos negativos del turístico masivo y más ciudadanos que perciben sus inconvenientes. Así, en estos días estivales son habituales los comentarios añorantes de la tranquilidad de las playas en un pasado no muy lejano frente a las aglomeraciones del presente, la inevitable presencia humana en los parajes remotos del mundo rural o las incomodidades del turismo urbano en ciudades con poder de atracción turística. Además de estas incomodidades, al turismo masivo han venido asociados otros inconvenientes de mayor trascendencia, como la construcción de una barrera de cemento en el litoral, alteraciones graves en espacios naturales singulares o la aglomeración y banalización de las zonas monumentales de las ciudades turísticas. En éstas las tiendas de souvenir, los establecimientos de comida rápida y la sucesión de comercios clónicos de las grandes firmas invaden todos los huecos del espacio privado, y tienden a desbordarse ocupando también el espacio público, uniformizando las ciudades y provocando el desapego de sus vecinos.

Con las actividades turísticas estamos ante un claro caso de un mercado que no asigna eficientemente los recursos (en este caso el espacio) porque genera externalidades negativas, es decir, costes de diversa naturaleza, que son soportados por la sociedad. El libre juego de la oferta y la demanda podría convertir un espacio natural singular en una aglomeración urbana, y monumentos emblemáticos en hoteles o discotecas. Y no es que estos usos sean menos dignos que otros, sino que la sobreexplotación de los recursos turísticos y la degradación de su entorno en el presente, reducen las posibilidades de su aprovechamiento futuro.

Estas externalidades negativas justifican la intervención pública con políticas de ordenación del territorio y urbanismo. Políticas que establecen límites a los usos del espacio, y que permitan conservar su identidad frente a la tendencia a la estandarización de la oferta turística. Políticas de esta naturaleza no se deben improvisar cuando aparecen los problemas, ni pueden estar cambiándose con cada nuevos responsables públicos, sino que deben de partir de una definición madurada y ampliamente compartida sobre el proyecto de ciudad, playa o espacio natural, y definir los usos turísticos compatibles con dicho proyecto, lo que exige realismo sobre las posibilidades de explotación turística y sus impactos y un amplio consenso social, pues es fundamental que los ciudadanos no sean ajenos al futuro de su entorno.

El aumento incesante del número de turistas que visitan los espacios más atractivos del mundo está dando lugar a políticas restrictivas y de ordenación de espacios naturales y ciudades (Venecia, París, Barcelona). Políticas puestas en marcha cuando las externalidades turísticas se hacen insoportables para los vecinos o para el patrimonio que se quiere conservar, lo que debe animar a los responsables públicos a anticiparse al futuro antes de morir de éxito turístico.