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«La empresa y la industria española en el siglo XXI: El desafío de la competitividad»

RESUMEN DE LA CONFERENCIA DE EMILIO HUERTA, CATEDRÁTICO DE ORGANIZACIÓN DE EMPRESAS DE LA UNIVERSIDAD PÚBLICA DE NAVARRA SOBRE EL TEMA “LA EMPRESA Y LA INDUSTRIA EN EL SIGLO XXI: EL DESAFÍO DE LA COMPETITIVIDAD”

 

En una economía abierta, tener empresas innovadoras y empresarios destacados es esencial para poder competir. Asimismo, es también cierto que un buen hacer empresarial en términos de beneficios privados puede derivar en diferentes beneficios sociales en función de  cuáles sean las estrategias de las empresas; para el crecimiento y el bienestar de un país no es lo mismo que sus empresas sigan estrategias de costes o de diferenciación, creen empleos precarios o de calidad, reinviertan sus beneficios en nuevas tecnologías o los repartan entre sus propietarios, etc.

La productividad, tanto del trabajo como del capital, en la economía española ha crecido de manera moderada en los últimos veinte años pero por debajo de la media de la Unión Europea. Está bastante aceptado que una productividad baja puede matar a una empresa en un plazo de dos o tres años, así como cambiar el estado de vida de un país en menos de una década.

La evidencia sobre las empresas españolas indica que, aunque tenemos un grupo de empresas excelentes, su número es insuficiente. Hay demasiadas empresas en España que están alejadas de la frontera tecnológica y de las mejores prácticas de gestión y de gobierno empresarial, empresas con escasa productividad en las que su competitividad se resiente. Muchas empresas tienen que reinventarse si quieren mantenerse en los mercados y crecer. Sólo innovando se alinearán mejor los intereses de las compañías y el bienestar de la sociedad.

Más relevante que preguntarnos sobre los negocios del futuro es reflexionar sobre si nuestras empresas están produciendo adecuadamente para mejorar la productividad y reforzar la competitividad ante un mundo más abierto y con más actores en los planos económico y empresarial.

El perfil competitivo de la empresa española es muy diverso: solo una cuarta parte de ellas utiliza sistemas de gestión avanzados, lo que supone, entre otras cosas, fortalecer de manera conjunta el capital tecnológico, el humano  y el organizativo, impulsando el trabajo en grupos y equipos autónomos, con sistemas de incentivos que comprometan a los trabajadores en la acción colectiva.

Actualmente, la política de recursos humanos en la mayoría de las empresas tiene más de administración del personal que de estrategia innovadora de gestión de las personas. Como consecuencia, en la empresa hay más tendencia al conflicto que a la cooperación, actitud que es una de las fuentes más importantes de la baja productividad.

El avance hacia una estrategia más moderna presenta muchos obstáculos y resistencias por parte de todos los actores implicados en la empresa, pero es imprescindible; vencer esas resistencias exige confianza y compromiso, que debe conseguirse mediante la información amplia y la transparencia sobre los objetivos finales y el proceso para alcanzarlos, la participación en todo ese proceso y la claridad de ideas, que deben estar al servicio de una empresa en la que, junto a la mejora en productividad y competitividad, se coloque el de hacer que el beneficio sea para todos los implicados y también para el conjunto de la sociedad en la que se inserta.

También las administraciones tienen un papel importante que jugar en este cambio de cultura empresarial; sus políticas de apoyo a la empresa deben contar no solo con acciones de apoyo a la mejora tecnológica sino también a los otros aspectos de la transformación en una mejor empresa, el cambio organizativo y las actuaciones para la mayor implicación de todos los trabajadores en el objetivo empresarial.

Hay que avanzar hacia un modelo de empresa que reconozca que en ella hay dos grandes fuerzas, trabajadores-sindicatos y accionistas-dirección, con una actitud orientada a la búsqueda de áreas de interés común; en la que la gestión empresarial haga énfasis en la innovación permanente y en la flexibilidad; que se organice de forma menos jerárquica; que cultive un capital humano más formado y más comprometido y en la que la integración de tecnología, organización y gestión de las personas sea coherente y equilibrada.