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«El final del desconcierto. Un nuevo contrato social para España»

RESÚMEN DE LA CONFERENCIA DE ANTÓN COSTAS EN EL OBSERVATORIO ECONÓMICO DE ANDALUCÍA SOBRE “EL FINAL DEL DESCONCIERTO”

La Gran Recesión que se inició como crisis financiera entre los años 2007 y 2008 no ha sido como las demás. Según el conferenciante, al mismo tiempo se ha producido también una crisis política y, más allá, una crisis social. Durante el desarrollo de la Gran Recesión, tres cuestiones adquieren protagonismo público en Europa, llevando a una prolongación de la misma que, en comparación con la relativamente breve superación en el país donde se inició, Estados Unidos, confluyen para dar un resultado desconcertante.

  1. La primera, la toma de conciencia de la ruptura de la relación directa entre crecimiento económico y progreso social.
  2. La segunda, la deriva de las políticas económicas que la Zona Euro adoptó a partir de 2010, causa de la recaída en la recesión, lo que prolongó los daños causados, en especial en el ámbito de lo social.
  3. Finalmente, el surgimiento de los populismos de izquierda y de derecha, unos de nueva planta pero otros presentes desde hace tiempo en algunos países de la UE, que tomaron con la recesión un nuevo impulso.

Esa concatenación de hechos entre las políticas de austeridad y el renacimiento de los populismos lleva al conferenciante a buscar su explicación en lo que él cree la ruptura del “pegamento social” que había permitido la anterior fase de crecimiento en la Unión Europea.  Ese “pegamento social”, aquello que hace que las sociedades permanezcan unidas y protegidas del caos y de las dificultades extremas, es el contrato social que las sociedades democráticas liberales europeas se dieron tras el final de la II Guerra Mundial, en especial, en los países que constituyeron la Unión Europea (en el caso de España, el inicio de esa fase histórica debe señalarse algo más tarde, con la firma de los Pactos de La Moncloa a la salida de la Dictadura en la que se mantuvo al país casi durante 40 años).

Dicho contrato social, en el ámbito de lo económico, había sido suscrito (metafóricamente hablando) por dos partes: de un lado, las fuerzas de izquierda y las organizaciones sindicales aceptan el capitalismo como sistema de creación de riqueza y organización de la sociedad; de otro, los partidos liberales y las entidades empresariales aceptan la creación de un Estado social en torno a dos principios, la igualdad de oportunidades (que da origen a los sistemas públicos y gratuitos de enseñanza) y la protección a las personas mayores frente a la pobreza y otras situaciones problemáticas (generalización del acceso a la sanidad pública, del seguro de desempleo y del sistema público de pensiones).

Este contrato habría funcionado bien durante las décadas de los años 50, 60 y 70, pero entre los 80 y 90 comienza su quiebra. La primera de las manifestaciones de esta ruptura es el descenso paulatino de los salarios reales y la pérdida de importancia de los salarios sobre el total de la renta nacional. Inicialmente, el acceso al endeudamiento de las familias en condiciones muy favorables contribuyó a esconder esta realidad durante los primeros años de esa quiebra, que se manifiesta, en el plano político, con el desplome de la socialdemocracia en todo el mundo, tras el fracaso de lo que se dio en llamar la “tercera vía”.

Dicho colapso tiene su origen, a juicio del conferenciante, en la “utopía cosmopolita de la socialdemocracia”, según la cual ésta cree que se puede gobernar la economía de los países sin la participación del conjunto de la sociedad. La política trasladaría así al mercado la labor de modernizar las sociedades, abdicando de su obligación. Esta es, según él, la semilla de la ruptura del contrato social.

La Gran Recesión abre la posibilidad en todo el mundo a la extensión de la crítica a sectores muy diversos de la sociedad, pero en la Zona Euro, la espita habría sido la política monetaria y económica que se hizo más visible a partir de mayo de 2010, con un Banco Central Europeo presidido por Jean Marie Trichet que se desalineó de las políticas inicialmente acordadas por el G20, en defensa de los intereses de las economías que estaban en mejores condiciones en la eurozona.

No es extraño pues que el 15 de mayo de 2011 las plazas españolas se llenaran de indignados y que en los meses siguientes se materializaran opciones políticas basadas o inspiradas en dicho movimiento, al tiempo que en otros países europeos (Grecia, Francia, Portugal, Holanda, Alemania…) se hacen con el poder, se acercan a él o crecen con gran fuerza opciones que nacen de reflexiones, análisis y críticas similares, aunque en algunos casos se trate de fuerzas antagónicas, con el común denominador del simplismo de las soluciones que se proponen. El triunfo del referéndum para abandonar la Unión Europea en el Reino Unido sería otra manifestación del mismo movimiento.

El conferenciante considera, pues, que hoy España es un país en el que no existe ese contrato social sobre el que se fundamenta el apoyo de las ciudadanías a los sistemas políticos y que tiene, además, un grave problema de distribución de la riqueza y de las oportunidades que no se puede solucionar sólo con políticas fiscales. Ese nuevo contrato social debería relacionarse bien con el futuro, ya que, a su juicio, los hay que, incidiendo exclusivamente en aspectos parciales, no asientan un crecimiento estable para los años venideros. De esa forma, su propuesta es que debería incidir en cinco cuestiones básicas:

  1. En primer lugar, hay que lograr que la economía española deje de ser “maniaco depresiva”, con fases de expansión en las que crecemos más que los demás, pero con otras de recesión en las que nos hundimos y destruimos más empleo que los demás.
  2. Debe crearse un sistema productivo con mayor eficiencia, en el que los precios respondan más a los costes que a la disposición a pagar de los consumidores, ya que cuando los precios responden al segundo criterio se convierten en drenantes de renta para las familias.
  3. La economía española tiene un problema de crecimiento y productividad que no solo tiene que ver con la educación, el I+D o el mercado laboral, sino que está relacionado también con la dimensión media de las empresas, demasiado pequeñas para impulsar la productividad, y con un modelo de gestión empresarial excesivamente personalista y que da poca participación a los empleados.
  4. Una mejor distribución de la riqueza (es mejor redistribuir que endeudarse) y el reforzamiento de la democracia serían los otros objetivos a abordar, si bien estas dos últimas cuestiones solo quedan enunciadas, entendiendo el ponente que escapan al debate económico que propicia el ámbito en el que pronuncia su conferencia.