RESÚMEN DE LA EXPOSICIÓN DE JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ SERRANO EN LA SESIÓN DEL O.E.A. “CRÍSIS Y DESAFÍOS DEL PROYECTO EUROPEO”
La Gran Crisis iniciada en 2007 ha provocado en la Unión Europea la situación más difícil de las varias que se ha encontrado a lo largo de su existencia. Iniciada en forma de crisis financiera y transmutada en económica, de deuda soberana y política, ha devenido en una crisis de confianza en el propio proyecto, que se ha sometido en 2016 al inicio del primer proceso de salida de uno de sus miembros y se verá agitada en este año por elecciones en otros en los que opciones similares tienen posibilidades de resultar ganadoras.
En ese contexto, el análisis de las causas internas al funcionamiento de la UE en el proceso de desenvolvimiento de la crisis nos remite a la creación del euro y los grandes desequilibrios macroeconómicos acumulados en algunos de los países miembros a lo largo de los primeros años de su funcionamiento; concretamente, el problema está en el diseño de este proyecto en un marco institucional muy rígido, que suponía una unión de países soberanos con la misma moneda pero sin otros instrumentos de política económica y financiera imprescindibles para que ese conjunto no se viera sometido a tensiones y disfuncionalidades de difícil gestión.
Ese diseño provocó que, a lo largo de las primeras fases de la crisis (la de las subprime en EEUU, la financiera, los primeros problemas económicos en algunos estados miembros, la crisis de la deuda soberana), en las instituciones de la UE se produjese una parálisis política que sólo en los últimos años se ha conseguido afrontar con un plan de reforma a largo plazo que se intenta implementar en un escenario aún sometido a problemas, en especial, los políticos derivados de la situación económica y el crecimiento de los populismos anti-UE, agravados en los últimos tiempos por el cambio en el gobierno de los Estados Unidos.
Los problemas de diseño del euro han hecho que el crecimiento en la Unión Europea en la última década haya sido muy desigual, pudiendo agruparse de forma simplificada el conjunto en dos grupos, los que se han visto relativamente poco afectados por la crisis (Alemania, Holanda, Austria…) y los demás, ejemplificados en España. Si estos se comparan a su vez con la evolución en los Estados Unidos, se comprueba que mientras que en este último se afrontó la recesión de manera clara y temprana, reiniciándose el crecimiento a los dos/tres años y se recuperó el nivel anterior a la crisis hace ya varios, en la UE la resolución de los problemas se hace más lentamente y el crecimiento vuelve con escasa decisión, siendo ambas características más claras en la UE que se ejemplifica en España, donde esa recuperación del nivel previo a la crisis no llegará hasta este año y no en todos los casos.
La dispar evolución entre los países de ambos grupos de la UE ha afectado tanto al crecimiento del PIB como al empleo y a la capacidad de ahorro, reforzando las posiciones previas de cada país, de tal manera que Alemania se ha configurado aún más como el líder de la UE merced a un comportamiento en el aspecto económico y financiero que es intrínseco a este país, ahorrador y austero, que le ha impedido convertirse en el motor del consumo privado cuando el resto de los países necesitaban de su tirón para mejorar su potencial productivo y su crecimiento económico. Los déficits de diseño en la arquitectura europea también impidieron que la Comisión Europea pudiera hacer algo para paliar estos problemas en los primeros años y solo a partir de 2011 arbitró medidas para evitar más desequilibrios, pero que no implementaban la recuperación económica en el conjunto de los países.
En este contexto, España ha sido uno de los últimos estados miembros en reiniciar el crecimiento y, aunque ahora lo tiene elevado, aún está, en varios aspectos, lejos de recuperar el nivel anterior: empleo, ahorro, reducción del endeudamiento (segundo país del mundo en esta última cuestión y primero en relación al PIB)… Por eso, no se puede confiar aún en un camino despejado de problemas en caso de nuevas tensiones, sobre todo con los cambios que se están produciendo ahora (nuevo crecimiento de los precios energéticos, tensiones nacionalistas en el comercio mundial…).
Todo esto puso de manifiesto que la UE se encontraba en una situación de unión monetaria incompleta, sin unión bancaria, sin unión fiscal, y que debía dotarse de mecanismos que la completaran, que fue lo que se arbitró con el informe de los cinco presidentes. Este informe ha configurado un proceso con tres fases para llegar antes del año 2025 a una unión más fuerte y estrecha que, restando soberanía a los estados miembros, favorezca las condiciones para que se produzca un desarrollo económico más armónico y con mayor igualdad entre los países.